La campaña

Hoy termina la campaña electoral a las elecciones europeas. Ignoro si son muchos o pocos los que la han seguido, si bien, aunque no quieran, si están un poco pendientes de los medios de comunicación, se enteran de algo. Así quién no ha oído hablar estos días del presunto o imaginario machismo de Cañete. Ignoro también si las campañas surten algún efecto, en el sentido de que cada uno tiene unas preferencias políticas que, como ocurre con las preferencias futbolísticas, no se cambian de la noche a la mañana. Digamos que los únicos que pueden cambiar son los indecisos. Generalmente lo normal es que quienes van a los mítines o los escuchan a través de los medios se inclinen cada uno a favor de los suyos. En cuanto a los carteles y vallas publicitarias o los coches que salgan a la calle con los altavoces no parece que contribuyan a hacer cambiar a nadie de opinión. Al menos eso me parece, pero puedo estar equivocado, dado que si se sigue gastando tanto dinero en eso, será por algo. No obstante da la impresión de que las campañas no sirven para mucho, como no sea para que los candidatos se pongan afónicos.

Se dice que en estas elecciones va a haber mucha abstención, por eso de que son las europeas o que la gente está harta de los políticos. Creo que se equivocan, porque Europa tiene cada vez más peso en nuestras vidas y sin políticos la sociedad no funciona, por mucho que nos pese. La abstención no deja de ser una tentación con consecuencias. Abstenerse nunca es indiferente, pues significa siempre dar el voto a quien no quisieras que saliera elegido. El que no vota, de alguna manera está diciendo que le da igual que las cosas se hagan bien o mal, se desentiende de todo. Otra cosa es el voto en blanco, que al menos supone un pequeño esfuerzo, un acto de responsabilidad, una advertencia.

Cuando escribo esto no se sabe cuáles van a ser los resultados. Cuando algunos lo lean, ya se sabrá quién ganó. Bueno, también ahora: se sabe que van a ganar todos, como siempre, aunque unos más que otros. Lo difícil a veces es saber ganar y saber perder. Quizá lo más triste de todo es que no nos han explicado bien o no hemos puesto interés en saber todo lo que está en juego, como que estuviéramos resignados a aceptar una especie de determinismo, como si nada pudiera realmente cambiar o mejorar. No es poco poder ejercer el derecho al voto, pero mucho nos tememos que aún nos falta mucho para que este voto sea reflexivo y consciente o si se quiere clarividente.