Un año muy complicado

 

Cataluña sigue siendo el factor que bloquea las soluciones de gobernabilidad para el resto del país. Los Reyes Magos no se han portado del todo mal con las bajadas, mínimas pero bajadas, de algunos servicios básicos como la luz o el gas; el paro, poco pero estimulante; el descenso de las cuotas del IRPF; o el anuncio de la contratación del proyecto del último tramo de la autovía entre Ponferrada y Orense/Vigo, entre otras obras de infraestructura claves para el desarrollo del noroeste español. Pero, sin embargo, lo que condiciona toda la ida política, social y económica de España es el desenlace de la crisis catalana.

Y Cataluña tiene muy difícil solución. En los últimos años se ha dejado pudrir la crisis y ahora se ha enquistado. El axioma de Rajoy de que todo se soluciona con el tiempo no ha funcionado. Cataluña, además, ha provocado un durísimo desgaste de los partidos políticos tradicionales, con un PP que roza casi la desaparición y con un PSOE bajo mínimos. Y los partidos alternativas no acaban de cubrir expectativas, con un Ciudadanos al alza, pero insuficiente; y con un Podemos o con su franquicia catalana con Colau a la cabeza, que no quiere involucrarse en la gobernabilidad de España y que hasta incluso ponen como condición sine qua non la celebración de un referéndum sobre la independencia catalana. Una línea roja absolutamente inaceptable. Es decir, al final se desvela lo que en realidad es Podemos, una amalgama de partidos, asociaciones, agrupaciones y entidades cívicas, cada una de su padre y de su madre, sin más pegamento que los una que la posibilidad de llegar al poder bien en Cataluña bien en Madrid.

Está claro que las contradicciones internas harán estallar a Podemos a ejemplo de lo que está sucediendo con la CUP catalana, una agrupación electoral fracturada entre los antisistema/anticapitalistas y los independentistas ante el eterno dilema de si lo primero es la revolución social o la independencia. Un dilema que se ha convertido en un esperpento con sucesivas votaciones de los movimientos asamblearios, muy democráticos y de base, pero escasamente útiles, sobre todo ante las enormes demandas sociales de los ciudadanos. Estos nuevos  políticos, los que están alejados de la casta tradicional, no deben olvidar que les han elegido para solucionar problemas, no para incrementarlos o generar otros nuevos.

Y el mayor esperpento es que el gran culpable de la crisis catalana, el nacionalista/independentista Artur  Mas no se da por aludido de su gran fracaso. Sigue empecinado en que la solución es él cuando en realidad él es el origen y la clave central del fracaso de Cataluña, una comunidad que en ese mismo periodo de tiempo ha pasado de ser un ejemplo de prosperidad y desarrollo para el resto del país a ser la clave de la ingobernabilidad de toda España. Mas debería dimitir porque su trayectoria en los últimos cinco años es la de ir de fracaso en fracaso hasta la derrota final. Y no es para alegrarse en el resto de España. El fracaso de Cataluña es el fracaso de España.

Al final, el único ejemplo de cierta honestidad y coherencia política lo ha ofrecido el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, quien ha dimitido de su escaño en el Parlamento catalán al no haber sido capaz de sacar adelante su criterio de que primero estaba el proceso independentista y, luego, el cambio social. Se podrá estar de acuerdo con él o no, pero en política son necesarias estas actitudes cuando se afrontan fracasos.

Esperemos, por el bien de rodos,  que los Reyes Magos hayan traído esta noche mágica a nuestros políticos ni oro, incienso o mirra sino muchas dosis de responsabilidad, sensatez y altura de miras. Ojalá.