Y tres liras para el pobre heredero

Unos ricos que deben dormir bien por las noches, un heredero que clama lo que se le dio a su padre, y unos diálogos amargamente cómicos son los principales actores en Yo, el heredero.

Tras 37 años de servicial y humillante vida, Próspero Ribera fallece, dejando un lugar en una familia de clase alta. Este puesto será ocupado por Ludovico Ribera, su hijo, un personaje entrañablemente loco, e inteligente como sólo pueden serlo los pobres. Con una fiereza a ratos hilarate, Ludovico clama lo que en algún momento fue de su padre como herencia, ya que él es su único descendiente.

Una buena escenografía acompañó a la obra

Bajo una luz blanca que a cada acto muere más y más, cabrían destacar los atuendos de los personajes; elegantes, e imperecederos, un decorado más bien sobrio que imitaba una casa antigua, y, cómo no, el maravilloso guión dirigido por el ya consolidado director teatral, Francesco Saponaro. Este guión, escrito en 1941 por Eduardo de Filippo retrata a modo de comedia amarga los enfrentamientos entre la familia a causa de Próspero II como se hace llamar a sí mismo el heredero.

Lleno de argumentos que claman a lo más profundo de nuestro ser, este guión nos muestra el pecado del que da, y la humillación que soporta el que recibe, y como poco a poco lo que al principio era caridad, acaba convirtiéndose en algo más. Si bien es cierto que la obra carece de esa chispa que te mantiene pegado al asiento hasta el último momento, la sátira de las situaciones y las risas proporcionadas por chistes inteligentes parecen solventar este vacío.

Un reparto de excepción

Sobre las tablas del Bérgidum se presentaron actores de renombre como Ernesto Alterio, bajo el papel del extrañamente trastornado y zorrunamente listo Ludovico, y la gran Concha Cuetos como la infiel señora Dorotea. Ambos realizaron un trabajo bueno, y soportaron bien el peso de los personajes.

Cabría destacar también como grandes actuaciones las de José Manuel Seda bajo la máscara del abogado Amedeo, el contrapunto de Ludovico, como una interpretación llamativa y acertada; y la de los dos criados, Jose Luis Martínez (Ernesto) y Natalie Pinot (Caterina) que sin duda eran las bases cómicas de la obra junto al señor Ribera.

Por último, entre las líneas del guión, se puede observar perfectamente el tímido retrato de una sociedad a la que no se desea llegar, aquella en la que los extremos son lo normal, y donde se lucha por poder dormir bien.