Colinas del Campo

Colinas, que algunos llaman del Campo Martín Moro, es un pueblecito del ayuntamiento de Igüeña situado en la cabecera del Boeza, en un valle circuido por las primeras elevaciones de la Sierra de Gistredo (el Montello, Vizbueno y el Barreiro), entre las altas cumbres de Arcos de Agua (2.058 metros) y el Catoute (2.111 metros), el más alto de los picos del Bierzo. Es esta una tierra de montaña, a caballo del Bierzo y de la Omaña, en la que abundan los bosques de abedules, robles y acebos; las aguas de sus ríos y arroyos forman cascadas y colas de caballo al abrirse paso entre las pizarras y cuarcitas; y la fauna de corzos y jabalíes, truchas y samarmujos atraen el interés de cazadores y pescadores.

A diferencia de los otros pueblos del municipio de Igüeña, cuya evolución se ha visto marcada por la minería del carbón, tan importante en esta zona durante más de un siglo, Colinas ha vivido de espaldas a ese proceso, apegado a su tradicional y pobre actividad agropecuaria. Sin embargo, desde los años setenta del siglo XX sufrió una despoblación cada vez más acusada, que amenazó con hacerlo desaparecer, como ocurrió efectivamente con los otros dos lugares que antaño pertenecieron al mismo concejo: Los Montes de la Ermita y Urdiales. Por los años noventa del pasado siglo, Colinas aún contaba con unos 0chenta habitantes aproximadamente.

El largo nombre, que nunca mencionan las fuentes, alude a hechos legendarios, de la época de la reconquista; pero la verdad histórica es que se trata de un pueblo de medieval de la época de la repoblación. Su origen se remonta al fuero que el rey leonés Alfonso IX concedió a los que vinieren a habitar esta zona de montaña en el año 1229. En este caso, se trató probablemente de favorecer el surgimiento de núcleos de población en zonas de paso de difícil acceso y despobladas. La concesión de privilegios se hacía a cambio de determinados servicios a la comunidad, como dejar expeditos los caminos (aquí una vía secundaria del Camino de Santiago), arreglarlos, ayudar a los transeúntes, etc. El pueblo guardó celosamente el documento de este fuero aunque en una copia del siglo XVIII, con sendos dibujos del rey Fernando VI y su esposa.

A finales de la edad media, en el proceso de feudalización que sufrió el reino de León, Colinas, como la mayor parte de la cuenca del Boeza y la tierra de Bembibre, pasó a manos de los condes de Alba de Liste, dueños del lugar hasta el siglo XIX. Como señor jurisdiccional, los vecinos de los tres lugares de Colinas, Los Montes y Urdiales estaban obligados a uno de los tributos más singulares y arriesgados de que se tiene noticia: la captura de un oso, que debían entregar anualmente al mayordomo del conde en su castillo de Bembibre. Numerosos documentos lo testifican, como éste de 1715: “dichos tres lugares, dice el texto de entrega al mayordomo, tienen obligacion hacer tres monterias al año para matar un oso y matándolo traer la piel y por averla traido se le hace cargo della”.

La caza, la ganadería -con prácticas de trashumancia del valle a la montaña durante el verano- y una pobre agricultura de policultivo fueron durante siglos las principales ocupaciones de sus pobladores, y así lo siguieron siendo hasta el siglo XX, aunque en dicho siglo, esa trashumancia se sustituyó por un régimen de veceras, en que los ganados salían al monte guiados y cuidados por el vecino al que le correspondiere la vez. Ésta comenzaba el 15 de mayo y se prolongaba hasta el 10 de noviembre. Tal economía entró en crisis a mediados del siglo XX, hasta el punto que en los años setenta se abandonaron los lugares de Los Montes y Urdiales mientras que Colinas perdía la mayor parte de su población, que de 200 pasó a 80 vecinos entre 1960 y 1990.

Fue eso, además de la belleza del lugar y la conservación de una arquitectura popular de enorme interés, lo que llevó al ayuntamiento de Igüeña, presidido entonces por Laudino García, a incoar en 1994 un expediente de declaración de BIC para el lugar de Colinas del Campo, en la categoría de Conjunto Histórico. Yo redacté la memoria histórica y patrimonial e hice un buen montón de fotografías que constituyen un buen testimonio de aquella época. Incluso en una memorable excursión con Laudino García, Santos Cascallana, Faustino Pérez Canedo y otros amigos de Tremor y Cacabelos bajamos desde la Campa de Santiago, a la que habíamos llegado en coche desde Fasgar, hasta Colinas siguiendo el curso del Boeza.

Hay en el pueblo un templo parroquial y una ermita, la de la Santa Cruz, del siglo XVIII, cuyo arco triunfal, cubierto con un tejado a dos aguas, es en realidad la puerta de entrada al pueblo. ¡Impresionante entrada que da la bienvenida al viajero!. El templo parroquial también del mismo siglo conserva interesantes obras en su interior, especialmente el Calvario que remata el retablo, obra con influencias de Berruguete y Valmaseda. Se conservan también una Virgen con el niño sedente del siglo XIII y un San Blas igualmente gótico, así como cuatro relieves de madera que representan a Santa Lucía, Santa Agueda, la Huída a Egipto y la Presentación de Jesús en el templo, atribuidos a Lucas Formente y Nicolás de Brujas, del siglo XVI.

Pero lo que verdaderamente influyó para su declaración como BIC fue el rico patrimonio de arquitectura popular, entonces muy bien conservado. El pueblo, dividido en dos barrios por el Boeza, se comunica por un elegante puente de piedra de un solo arco, al que afeaban unos pretiles de bloques de cemento, que no sé si han sido sustituidos pues hace más de diez años que no he vuelto al lugar. El caserío tenía una extensión de tres hectáreas, con unas noventa viviendas aproximadamente. La mayoría eran las típicas casas de piedra, de “patín y corredor”, de planta rectangular, dos alturas, escalera exterior y cubierta de pizarra con elegantes chimeneas.

La declaración de BIC obliga a los naturales a conservar el patrimonio y al ayuntamiento a preservarlo, impidiendo toda construcción que desdiga del conjunto tanto en el uso de los materiales, como el tipo de vivienda, alturas, adornos, etc. Son las gabelas que tal declaración implica. Por lo que conocemos, la cosa no les ha ido tan mal a los naturales, pues el turismo, que constituye hoy el principal reclamo y la actividad económica más importante, ha revitalizado el pueblo y, por lo que parece, al contrario que el resto del municipio que con la crisis de la minería ha perdido la mayor parte de su población, Colinas la ha visto casi cuadruplicarse.

Pero no todos parecen estar contentos con esa declaración de BIC. Esta semana nos hemos enterado que el ayuntamiento ha sido sancionado por la Comisión Territorial de Patrimonio por permitir la construcción de un edificio con materiales diferentes a los que se debieran haber utilizado. El alcalde Alider Presa se queja de que la normativa limita excesivamente el uso de materiales y que los vecinos se encuentran constreñidos por ello, dado que resulta costoso encontrarlos o que son más caros. Puede que sea verdad, aunque los materiales utilizados tradicionalmente fueron los de la propia zona que, al menos en la piedra y en la madera, siguen siendo abundantes; pero esos inconvenientes son los que detuvieron su despoblamiento y que el pueblo haya seguido creciendo.

Lo que tienen muy poco sentido es que el alcalde añada que se está planteando renunciar a la protección que implica el BIC. Dudo que, a estas alturas, el ayuntamiento pueda hacerlo sin contar con la Junta de Castilla y León, que nunca deberá permitirlo; pero es suficiente que lo piense para que también nosotros pensemos que para qué han servido tantos años de lucha, tantos informes y papeleos ante la Administración. No todo debe de ser economía. A veces, como decían los vecinos de Colinas en las respuestas del Catastro de Ensenada, en el siglo XVIII, hablando de los árboles: no producen nada, “solo siruen para dibersion de la vista y hermosura de los sitios donde están”. Así ocurre con Colinas, quizá no sea el negocio que algunos soñaron, pero es un lugar agradable a la vista para los vecinos y para los que lo visitan. Y así debería seguir siéndolo.