Num: 7624 | Viernes 22 de septiembre de 2023

Derrumbe y escombros, último golpe fatal para el Castillo de los Templarios

Había una vez un castillo tan maltratado que optó por derrumbarse

Derrumbe de la muralla del Castillo de los Templarios en 1997

Había una vez un castillo tan maltratado que optó por derrumbarse. La diferencia con otros cuentos es que este sí pasó de verdad, y no hace mucho. Los hechos son los siguientes: El 17 de noviembre de 1997, 30 metros de la muralla del Castillo de Ponferrada quedó hecho escombros. Las causas se atribuyeron a sus precarios cimientos y al derrumbe de las casas adosadas en dicha muralla durante el verano de ese mismo año.

Todo ocurría en la calle Gil y Carrasco, gobernaba un tal Ismael Álvarez y la fortaleza templaria comenzaba a reformarse a cargo del arquitecto Fernando Cobos, el mismo que aseguraba que la zona afectada “apenas tenía valor”, ya que “se levantó cuando construyeron las casas en el XIX”. Sin embargo, el periódico El País se alejaba de este dato y contaba que la muralla formaba parte de un paño de 60 metros datada en el siglo XVI.  De hecho, en el archivo del periódico cuentan que la catástrofe no era más que “la manifestación de la crítica situación en la que se encuentran muchas zonas de la fortaleza, cuyo origen se remonta al siglo XII”. El derrumbe, comprendido entre las torres Cabrera y Malvecino, es considerado en el artículo como un reflejo del “deterioro paulatino e imparable” de los 9.000 metros de la fortaleza. Cabe reseñar que durante los meses previos permaneció cerrado por falta de medidas de seguridad para los visitantes.

Foto archivo de las casas adosadas al Castillo

 

Cierto es que las casas se construyeron pegadas al castillo en el siglo XIX, y así lo constan los archivos. De esta manera, se ahorraban una fachada y usaban las torres de este como bodegas, además, todas tenían un carácter humilde. Pero lo que sostenían los técnicos encargados de la reconstrucción, era que el muro original al que se refiere El País fue derrumbado cuando se construyeron las propias casas, por lo que “carecía de valor”, y se alejaban de la hipótesis de que el derrumbe de las viviendas acabaron con el muro. “Un aplastamiento quebró la muralla, causando el desplome” fue una de sus explicaciones, o que “por su mala calidad, la propia pared de la muralla se vino abajo“. El concejal de infraestructuras de ese momento, apoyaba estos argumentos y aseguraba que “fue un accidente” y “era imposible verlo venir” ya que no se habían visto grietas ni, sorpresivamente, nada que pudiera indicarles que se podría derrumbar.

La oposición no pensaba lo mismo e insistía en que estas explicaciones se utilizaban como “minimizadores para evitar responsabilidades técnicas y políticas” y reprochaban que se tiraran las casas “todas a la vez” y de forma “impulsiva”. A lo que el director general de Patrimonio de la Junta, Carlos de la Casa, contraargumentaba que solo hacían “demagogia barata” ya que “el tramo afectado no reúne valor arqueológico alguno”. 

La zona afectada, la ronda baja, iba a ser restaurada recalzando sus cimientos, como sí ocurrió en otras partes de la fortaleza que impidió que la caída fuera en cadena. Para volver a levantar el muro, se utilizaron piedras enterradas en la zona procedentes del castillo, para que se pudieran adaptar a su fisionomía.

Los malos tiempos para el castillo se habían prolongado durante el último siglo, habían derribado uno de los arcos de entrada, desmantelado sus torres, destruyeron con dinamita todo lo que no servía para hacer un campo de fútbol, también fue cantera y espacio de espectáculos. Incluso llegó a tener un alcalde, llamado Cayetano Fernández Morán, que afirmaba que “lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben”. Parecía que todo había acabado en 1924, cuando por fin la Real Academia de San Fernando consiguió, al tercer intento, la declaración de Monumento Nacional. Y la reforma para su conservación comenzaba poco antes de que se sentenciara el conjunto monumental como ruina en 1994 con un presupuesto de 25 millones de euros.

Entre todo este puñado de datos, es reseñable el de que la hora punta del derrumbamiento fue a las dos y media del mediodía, precisamente la franja horaria en la que los operarios encargados de la restauración descansaban para comer. El desastre arrastró toneladas de piedra y tierra que podría haber acabado en consecuencias fatales. Puede que la “mala suerte” que defendieron los técnicos como la responsable, no fuera tan macabra después de todo.

Derrumbe de la muralla del Castillo de los Templarios en 1997

 

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