Dulce Campos

Dulce Campos tiene 57 años. Enfermera, divorciada al poco de casarse, no tiene hijos, pero tiene su trabajo en una clínica de Ponferrada. Dulce Campos también tiene varias amigas, muy buenas. Amigas que se han ido forjando durante décadas. Una de las mejores se llama Amelia, y es funcionaria de la Seguridad Social. Otra se llama Teresa Onamio y es maestra en Cuatro Vientos. Otra, Marta San Adrián, es abogada, especializada en asuntos de familia. Las cuatro son mujeres sin pareja, y todas están convencidas de que no compensa meter a un hombre en su casa, ni siquiera para pasar unas horas. Ellas escogieron desde la treintena un modo de vida que les resulta mucho más estimulante: viajar. Viajar todo lo que se pueda, que se puede mucho, o bastante, y recorrer el mundo, visitando lugares cada vez más lejanos, más exóticos, más peligrosos. Dulce, Amelia, Teresa y Marta conocen Nueva York como la palma de la mano, han realizado dos veces veces el recorrido por las dos costas de Estados Unidos, siempre en furgoneta, han visitado todos los lugares sagrados de las civilizaciones azteca, inca y maya, y han realizado emocionantes periplos por la Amazonía peruana. Las cuatro amigas se han adentrado en lugares muy apartados de África; conocen el nacimiento del Nilo; saben lo que es pasar unos días en la inquietante Somalia, han pisado la hierba del Ngorongoro, han caminado por todas las capitales de los países del golfo de Guinea, se han arriesgado por las tierras bravas del Sahel, han viajado por el río Congo, y, por descontado, han visitado lugares de China, India, Nepal, Indonesia, Vietnam, Corea del Norte y Australia. Desde donde volaron a Tahití. Todas esas rutas están perfectamente indicadas con chinchetas amarillas en el enorme mapa-mundi que Dulce Campos tiene en el salón de su casa.

 

Hace días fui a verla, llevaba un par de años sin coincidir con ella. Me invitó a un café, que tomamos en el sofá de su vivienda en la calle Juan de Austria, y allí me reveló una enorme sorpresa:

-Ya no viajamos. Ninguna de las cuatro. Eso se acabó.

 

Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando. Dulce Campos continuó:

-Es como si nos hubiéramos dado cuenta, las cuatro casi a la vez, aunque puede que yo un poco antes, que todo lo que la vida ofrece está muy cerca. Y que no es necesario organizar expediciones tan largas.

-Y tan caras -añadí.

-Eso no es problema para nosotras. Tenemos buenos sueldos, gastamos poco, no tenemos obligaciones…

-¿Y ahora qué hacéis? ¿Seguís siendo amigas?

-Más que antes, si puede decirse así. Más que cuando caminábamos por las calles del Sinkiang o por los arrabales de Manaus. ¿Y sabes por qué? Pues porque hemos aprendido que no hay nada más atractivo y revelador para nosotras que conocer el Bierzo. Sí, el Bierzo; ¿qué te parece?

-El Bierzo…

-Es infinito. Lo hemos descubierto las cuatro. Ahora viajamos por el Bierzo. A pie. Con quince días al año nos basta. Aunque nunca vemos todo lo que nos proponíamos. El Bierzo, que es eterno.

-¿Dónde estuvisteis este año?

-En Fornela. Y no pudimos verla toda. Solo para Guímara empleamos cuatro días.

-No entiendo bien.

-Es muy fácil: viajamos hacia lo profundo. Hacia lo que las personas nos quieren contar, y quieren contar mucho, de verdad. De su vida, de sus sueños, de sus recuerdos… Todo eso es fascinante. Nos hemos convertido en cuatro investigadoras de algo que no sabríamos cómo definir, pero que nos seduce. El año pasado, que fue cuando iniciamos este modo de viajar, recorrimos la Somoza berciana. Unos días en Paradaseca, otros en Ribón… Y no solo los pueblos claro, sino también los bosques, los ríos, las fuentes… Es interminable, te lo aseguro. Y mucho más misterioso que caminar por Kenia. ¿Y sabes por qué?

-No tengo ni idea.

-Porque viajamos por nosotras mismas. Por lo que somos, por lo que fueron nuestros padres, nuestros antepasados. Cada aldea es un libro; te aseguro que es así. Aunque no tengamos orígenes en ella. Somos bercianas, que es lo que importa, y todos los valles del Bierzo nos atañen, nos hablan, nos pertenecen y somos de ellos.

 

Terminé el café, me despedí de Dulce. Les pregunté si aceptaban hombres en sus expediciones y me dijo que no.

-Pero no es por nada en especial, no -añadió- Sencillamente es que no.

-¿No es no?

-No es no.

 

CÉSAR GAVELA