V.R.O. Ahora comienza a las nueve de la mañana, hace décadas lo hacía al amanecer. Desde tiempos inmemoriales, hermanos de ‘Jesús Nazareno’, ataviados con su característica túnica negra con cola -excepto los braceros-, vienen convocando a todos los cofrades con el toque fúnebre de los clarines y timbales que anuncia el drama de la Pasión.
Con salida de la iglesia de San Andrés y recorriendo después la avenida del Castillo y las calles de la parte alta para atravesar la calle del Reloj, y precedido por los pasos de la Oración en el Huerto, la Flagelación y el Ecce Homo, ‘Jesús Nazareno’ se encontró en la Plaza de la Encina primero con San Juanín, y luego con su madre, Nuestra Señora de la Soledad. Fue un emotivo acto, narrado con esmero y cariño por el reverendo Francisco Fernández Franco, párroco de Toral de Merayo.
¡Corre San Juanín, corre!
San Juanín propició un año más el encuentro entre madre e hijo, corriendo a buscar a la primera una vez que vio a Jesús, mientras el padre Fernández Franco le animaba: “¡corre San Juanín, corre!”. Los portadores del paso del santo salieron a la carrera para encontrar a la Virgen en la calle Gil y Carrasco, esquina con la plaza.
Camino a la cruz
Fernández Franco recordó el camino de Jesús a la cruz, “ese camino doloroso”, plagado de vejaciones e insultos, ante el odio de los que siempre le habían condenado y, lo peor, “la mirada de muchos de los que se habían declarado sus seguidores y que en ese momento renegaban de él”. También hizo referencia a las prisas de soldados, “temerosos de una rebelión del pueblo” que finalmente no se produjo.
El reverendo narró cómo se encuentran las miradas de Jesús y de “San Juanín de Ponferrada”, y las de hijo y madre, quien, a pesar del dolor que le producía el calvario de su vástago, quiso estar cerca de él hasta el último momento.
Todo ello representado por los pasos de la procesión: el ‘raudo’ San Juanín y los solemnes Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad, que ‘bailaron’ hacia su encuentro.