‘¡La catedral se quema! ¡Incendio en la catedral!’. En medio de la incredulidad y la preocupación, este grito unánime se fue extendiendo por la ciudad de León en la tarde noche del 29 de mayo de 1966. Un rayo de una potencia superior a la que el pararrayos del templo era capaz de recoger en esa tarde tormentosa de domingo, fue el culpable de que los peores presagios se apoderaran, no solo de los leoneses sino, como demostraron las horas posteriores, también de toda España. Una de las principales catedrales góticas del país estaba seriamente amenazada.
En la festividad de Pentecostés, en la que medio país estaba pendiente de su transistor para seguir minuto a minuto las competiciones deportivas en sus últimos compases de la temporada, y en el día en el que el madrileño estadio Santiago Bernabéu acogía la final de la Copa del Generalísimo entre el Zaragoza y el Atlético de Bilbao –actual Copa del Rey de fútbol-, se rozó la tragedia en la ciudad de León.
Alrededor de las 18.30 horas, un rayo de gran potencia cayó sobre la cubierta de la catedral leonesa, aunque las primeras señales de humo no se apreciaron hasta las 20 horas y media hora más tarde, de forma paralela al momento en el que la oscuridad de la noche se hacía más visible, surgieron las primeras llamas. “Cuando se hizo de noche era muy espectacular”, recuerda Primo Lucio Panero, en aquel momento secretario particular del obispo Luis Armarcha. “Estábamos en el Palacio Episcopal, no salí, pero decían que era todo un espectáculo desde arriba del Torío y en la bajada de La Virgen del Camino”, añade.
Los teléfonos no dejaban de sonar en la centralita de Telefónica, aunque las telefonistas, que desde la sede de la calle Padre Isla tenían una vista terrible, a la vez que privilegiada del incendio, apenas eran capaces de descolgar los terminales ante la espectacularidad de lo que estaba ocurriendo. La actuación fue casi con carácter inmediato y al avistarse las primeras señales de humo se dio aviso a los bomberos, a la catedral, al obispo y a las autoridades.
Según recoge el Boletín de la Diócesis de ese día, a las 21.30 horas “ardía toda la techumbre, desde el ábside hasta el hastial de la fachada principal, ofreciendo un aspecto desolador”. Y tal era el desastre que se presagiaba que las emisoras de radio hacían llamadas a las provincias limítrofes, lo que movilizó hacia la ciudad equipos de bomberos de Zamora, Valladolid, de la Base Aérea de Villanubla, de Palencia, Santander, Oviedo, Avilés y llegados también de la Base Hispano-Americana de Torrejón de Ardoz, en Madrid –aunque finalmente algunos de ellos no tuvieron que intervenir y otros incluso se detuvieron en el camino al confirmarse más tarde que su intervención no era necesaria-.
La incertidumbre no es buena compañera y esa tarde parecía ser la única acompañante ante las escenas que se veían en la cubierta del templo. Pero los momentos de “verdadera alarma” se vivieron cuando se oyó el crujido del derrumbamiento del tejado y el “estruendo aterrador” de la caída en el interior de la catedral de los ocho florones de madera que colgaban de las claves de los arcos. “Se pensó de momento que las bóvedas comenzaban a derrumbarse y la imaginación veía y a toda la catedral en ruinas y las vidrieras saltando a pedazos”, recoge la crónica del Boletín Diocesano.
“Hubo como dos horas o así con mucha preocupación”, relata Primo Lucio Panero, en especial ante el riesgo de derrumbamiento de la cubierta y de las cúpulas. “Se pensaba que podía ser la ruina del edificio, porque el gótico es puro equilibrio y podía descompensarse”, añadió. Sin embargo el arquitecto Torbado y los técnicos de Patrimonio, transmitieron un mensaje de “calma” al confirmar que la situación “no peligraba” porque el único daño se produciría en la cubierta y no habría repercusión en la parte artística del edificio.
Llamadas de todo el mundo
El incendio no solo generó una gran expectación y preocupación en la ciudad y en la provincia, sino en toda España e incluso fuera de las fronteras nacionales. Desde el Vaticano se llegó a trasladar un mensaje de interés por la situación y los daños en el templo. “Había un monseñor que tenía relación con León, llamado Justo Fernández, creo que era de Astorga, y se interesó”, explica Primo Lucio Panera, además de que el propio nuncio del papa llamó esa misma noche del incendio.
También se comunicó rápidamente con el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, quien rápido trasladó la magnitud del suceso al jefe del Estado que estaba presenciando la final de Copa, quien no dudó en “movilizar toda clase de recursos y ayudas”. De hecho, Primo Lucio Panera expone cómo el propio Fraga viajó a León “con un cheque” que le entregó al obispo en mano “para la reforma de la catedral”.
Ya en la jornada del lunes, unas horas después del incendio, también llegaron a León numerosas autoridades. “Vino don Vicente Tarancón, arzobispo de Oviedo, y vino también don Marcelo, obispo de Astorga, y en el Ministerio lo coordinaron todo muy bien los militares”, puntualiza Panero.
Restauración inmediata
Y esta preocupación e inmediatez en las intervenciones se plasmó también en el proceso de restauración. “Antes de apagarse los últimos rescoldos, ya comenzaron los trabajos de reparación”, se insiste en el Boletín Diocesano. “La restauración se hizo inmediatamente”, apostilló Panero, quien recuerda la colaboración de la empresa Rogelio Fernández quien “ofreció todo el sistema” y quien hizo el tejado nuevo. “Creo que en menos de un mes estaba puesto”, rememora.
Tras el incendio, la catedral permaneció cerrada a las visitas, aunque las puertas permanecían abiertas para facilitar el secado de la humedad de las bóvedas. El 1 de junio, el ejemplar de Diario de León recogía una información en la que titulaba que la restauración del templo ya había comenzado. En el interior de su crónica, firmada por Félix Pacho Reyero, se alude a la visita del director general de Bellas Artes, Gratiniano Nieto, quien, a preguntas de los periodistas sobre la fecha de inicio de los trabajos, declaró que la restauración “ha comenzado ya porque un monumento de tan excepcional importancia no admite treguas” y lo había hecho “con la retirada de escombros, vigas quemadas y tejas partidas que hay sobre la bóveda”, apuntó.
Durante días se repusieron unas 50.000 tejas y apenas unos días más tarde del incendio, el proyecto de recomposición de la estructura ya estaba totalmente redactado para llevar a cabo las obras lo antes posible. Seis días más tarde del incendio, la catedral volvió a abrir para el culto de los fieles, en un día cargado de emoción para los leoneses.
Reconocimiento por la ayuda prestada
Laurentino Vega de Castro, propietario de la farmacia ubicada en la parte trasera de la catedral, en Puerta Obispo, vivía con su familia en el número 2 de la calle Ancha –antes conocida como calle del Generalísimo-, a escasos 100 metros del templo, según relata su hijo Roberto desde la misma botica que regentaba su padre. Al escuchar un intenso ruido, salió a la calle y se percató rápidamente de lo que estaba ocurriendo, así que se personó en las inmediaciones de la catedral.
Su amistad con el fotógrafo Manuel Martín, que conocía al dedillo el interior del templo gracias a que había tenido la ocasión de hacer fotos en su interior, y al que había acompañado en varias ocasiones, le permitió colaborar con los bomberos para que éstos pudieran acceder al templo. “Los bomberos no sabían por dónde subir, y mi padre les ayudó”, reconoce Roberto Vega.
De hecho, el Ayuntamiento de León le remitió un escrito por su “celo y eficaz cooperación” que prestó al personal técnico encargado de la extinción del incendio producido en la catedral, en el que felicitaban a Laurentino Vega “por su meritoria actuación” y por la ayuda prestada “sobre todo en los primeros momentos”, recoge el escrito, hechos por los que más tarde recibió una medalla de reconocimiento por parte de los órganos municipales.
No faltaron las anécdotas
Con el paso de los años y, sobre todo, después de que el fuego no causó daños mayores al patrimonio artístico de mayor relevancia, en especial las vidrieras, quienes recuerdan este día no olvidan incluso algunas anécdotas que levantan alguna sonrisa. Una de ellas llegó en forma de solidaridad desde Alemania. En el Obispado se habían recibido innumerables telegramas expresando la preocupación por los posibles daños del incendio, pero la afección fue tal que incluso un turista alemán llegó a enviar un donativo para contribuir a las tareas de restauración. También la catedral metodista de Washington hizo lo mismo recordando que sus vidrieras se basan en la inspiración de los vitrales de la seo leonesa.
La misma tarde del incendio había comenzado la misa vespertina, con especial afluencia dada la festividad de Pentecostés. “Aun avisándole de que estaba ardiendo, el canónigo que estaba diciendo la misa retiró el Santísimo de la capilla de La Virgen del Camino y lo llegó a la sacristía cruzando toda la catedral”, relata Primo Lucio Panero. Afortunadamente todo quedó en un gran susto pero que no llegó a ocasionar daños irreparables en esta ‘joya’. La catedral se había salvado.