Vaya por delante que no soy juez, ni fiscal, ni abogado. Entiendo lo justo de leyes y no pretendo otra cosa. Soy mujer y siento en cierta medida vergüenza y asco de pertenencia a esta sociedad. Según la memoria de la Fiscalía General del Estado en 2018, de las 166.961 denuncias que se presentaron el año pasado por violencia de género el 0,0083% fueron denuncias falsas. 14 de 166.961. Un dato para reflexionar porque si la cifra atendiera a los casos que la sociedad da por falsos sería bien distinta.
Las mujeres llevamos décadas soportando el machismo, el abuso mental, físico y sexual. Avergonzándonos por violaciones, negándolo. Justificando ante tribunales qué llevábamos puesto en el momento de la agresión, si la habíamos provocado con nuestra actitud, si nos lo habíamos buscado, si nos lo merecíamos. Media España salió a la calle pidiendo justicia para una chica violada en grupo, a la que previamente habían drogado, anulando por completo su voluntad. Y es que como la joven no dijo explícitamente que no quería mantener relaciones sexuales con cinco desconocidos en un portal no quedaba claro que realmente no lo quisiera hacer.
Ya no solo nos violan, sino que además la tendencia actual es grabar la violación para difundirla después. Para continuarla. Y menos mal que lo hacen porque si no de la mayoría de sucesos no habría más pruebas que el testimonio de la víctima. La semana pasada un tribunal tuvo en cuenta por primera vez como única prueba el testimonio de la víctima y dictó sentencia. Quizá dura, pero ejemplarizante. Penó con más años de cárcel la actuación en grupo a la agresión sexual. Y en vez de avanzar como sociedad damos un salto bien para atrás convocando manifestaciones por la presunción de inocencia de los acusados. Las agresiones sexuales en grupo hay que condenarlas, no alentarlas. Qué derecho vale más, ¿la presunción de inocencia de los acusados o la presunción de veracidad de la denunciante?
Está claro, nos vamos a la mierda…