La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, gana en el cara a cara. Es amable, cercana, simpática, observadora y accesible. Pero, ojo, a la vez, es como una apisonadora ideológica. Tiene las ideas claras, muy claras. Y las aplica con contundencia y rotundidad y, en algunos momentos, con ironía y sarcasmo. Es dura como el pedernal envuelta en papel de regalo. Tiene la voz sosegada, dulce y unos ojos grandes y profundos que dejan clavado a su interlocutor. Mira desde las ocultas profundidades y acompaña la mirada con una serenidad aplastante. Y todo ello con un vocabulario rico, variado y escogido. Impone. Sin duda, es culta, inteligente y dueña de sus gestos. Excelente oradora. Tenaz y valiente, como demostró en su día al subirse en un globo con el aventurero leonés Calleja. Por eso no dudó en echarse a la calles del centro de la capital leonesa en la tarde del viernes pasado, acompañada por el alcalde y el presidente de la Diputación. A una calle agitada por la convocatoria de mil manifestaciones y poblada de ciudadanos multicabreados. Pero, allí estaba, la vicepresidenta, bajando por la calle Ancha, mezclándose con jubilados enfadados y con jóvenes que preparan sus maletas para marcharse de una provincia con escasas salidas.
Sáenz de Santamaría ha estado el pasado fin de semana en León invitada por la Fundación MonteLeón para hablar de turismo. Vino con la lección medida y aprendida. Conoce la España interior y sabe de sus necesidades y de la importancia que el turismo tiene como complementariedad para su economía. Conoce perfectamente los efectos de la crisis de la minería, las comarcas vacías, envejecidas y despobladas y el inexplicable retraso en la autovía León-Valladolid. Problemas que convierte en oportunidades. Lo negativo lo traduce en proyectos de futuro.
Su charla ante un abarrotado salón de actos del Palacio del Conde Luna de la capital leonesa fue seguida con silencio, atención y con un único aplauso final. El turismo como tabla de salvación en el año de la Capitalidad de la Gastronomía Española ante un público entregado y eso que predominaban los estudiantes universitarios de futuro incierto. Otro síntoma.
Soraya paseaba por el centro de León mientras los jubilados daban los últimos retoques a sus pancartas contra la política gubernamental en materia de pensiones. No le tiembla la voz ni las piernas al asegurar que “Rajoy nunca ha congelado las pensiones”. Es el fiel reflejo de dos realidades. Técnicamente el aumento de las pensiones en un 0,25% no es un recorte o una congelación, aunque sea evidente la pérdida de poder adquisitivo y el empobrecimiento de los pensionistas. La realidad que ven los claros ojos de la vicepresidenta no tiene nada que ver con la realidad de gran parte de los ciudadanos, que horas después ocuparían las calles de León para protestar por la política del Gobierno en materia de pensiones.
Por esa misma razón, la vicepresidenta no se muestra especialmente preocupada por las encuestas. Ni por el futuro de Rajoy, ni por la batalla sobre la sucesión del actual presidente del Gobierno. “Largo me los fiáis”, ha dicho una Soraya con el aplomo que da conocer por la experiencia que en política un año es una eternidad. Y más en España, y más, con el problema catalán aún sin resolver. Demasiadas incógnitas abiertas, muchos frentes desplegados, grandes reformas pendientes y un creciente cabreo ciudadano; sí, pero Soraya Sáenz de Santamaría se echó a la calle a pasear su aparente tranquilidad por la calle Ancha de la capital leonesa. Como si el presente no fuera con ella.