¿Construyó el obispo Salomon -discípulo de San Genadio- la iglesia de Santiago de Peñalba de manera que albergara antiguos ritos del culto al Sol? ¿Profesaban las mismas creencias San Rosendo y su hermano Froilán, artífices de la iglesia orensana de San Miguel de Celanova, reproducción en miniatura de la de Peñalba? Tres preguntas y una hipótesis: los tres religiosos eran algunos de los últimos priscilianistas, seguidores de Prisciliano, el monje gallego o lusitano, no se sabe con certeza, que alarmó a las autoridades eclesiásticas por su denuncia del enriquecimiento y la corrupción de las jeraquías y que finalmente fue procesado por brujería y decapitado en Tréveris (Alemania). Algunas de las acusaciones contra él se centraban en su creencia en el poder de los astros y del Zodiaco sobre las almas y los cuerpos.
Esta es la principal y sorprendente conclusión que se extrae del libro Los últimos Priscilianistas. El enigma solar de Santiago de Peñalba y San Miguel de Celanova, presentado ayer por David Gustavo López, un estudioso del patrimonio histórico, artístico y etnográfico de la provincia de León y en especial del Bierzo.
Un misterioso petroglifo
La investigación de David Gustavo comenzó con una piedra que a modo de dintel se ubica sobre un ventana, con forma de saetera, que se abre en el muro meridional de la capilla del lado sur (actualmente sacristía) de la iglesia de Santiago de Peñalba, en la localidad de Peñalba de Santiago, en el Valle del Silencio. Sobre el dintel se hallan grabados siete signos o figuras que le han dado el nombre de ‘la piedra de la cacería’, un petroglifo con dos antropomorfos en una escena que parece de caza, dos motivos ramiformes (elementos vegetales o animales), cruces y un círculo solar con una cruz griega inscrita. A partir de aquí, un misterio. “Yo observaba cada año con más curiosidad y detalle este enigmático petroglifo, similar a los aparecidos en la vecina Maragatería y en Galicia, datados en la Edad de Bronce, hasta que me decidí a estudiarlo”, afirma el investigador cuya segunda residencia se halla en la localidad berciana.
Según los historiadores, los círculos con cruz inscrita vienen representando en los petroglifos la actuación del Dios Sol, elemento masculino fecundador, sobre la naturaleza o Diosa Tierra, simbolizada en las astas de un ciervo que va a ser cazado. Esta teoría comúnmente aceptada se podría aplicar a la ‘piedra de la cacería’, que además, en cuanto a su composición, es de un tipo diferente a las piedras de pizarra y caliza del resto de la iglesia, por lo que surge la duda de si es de la misma época que éstas, así los petroglifos serían una copia de los de la Edad de Bronce, o si incluso es anterior y fue reutilizada.
Además, la ‘piedra de la cacería’ no es el único petroglifo del templo, construido en el 937 d.c. Hay otro que pasa desapercibido en el suelo de la nave central. Se trata de varios círculos concéntricos incompletos.
Descubrimientos
Y a partir de aquí, la revelación del libro: se da la circunstancia de que el sol, en su recorrido, incide en el centro de la ventana saetera sobre la que se ubica la ‘piedra de la cacería’ a las doce horas (solar), y que el día del solsticio de invierno atraviesa la ventana para alcanzar los círculos concéntricos. Ahora no se puede apreciar pues hay unos alabastros para impedir la humedad pero el cálculo de su trayectoria es posible mediante las matemáticas y el dibujo geométrico. Y en la iglesia de San Miguel de Celanova, construida por el obispo de Dumio (Mondoñedo), San Rosendo, y su hermano Froilán Gutiérrez, conde de Astorga, sucede algo similar. Ésta tiene la misma ventanita saetera del ábside pero, además, un outeiro delante -una gran piedra- con peldaños tallados en la roca y que en su extremo superior también cuenta con un espacio definido para ofrendas, otro elemento de las culturas paganas anteriores al cristianismo. En su caso, el sol incide a través de la ventana durante el equinocio de primavera y otoño, alineándose desde el monte de San Cibrao y rozando el outeiro previamente. Por todo ello, Santiago de Peñalba y San Miguel de Celanova sería “los últimos recintos sagrados de un cristianismo heliolátrico”, explica David Gustavo.
Los dioses ‘solares’ y su influencia en el cristianismo
Como se explica en el libro, durante siglos, el cristianismo se vio impregnado de otras creencias antiquísimas, como las de origen astur y celta, e incluso con el misterio monoteísta de Mitra, mencionado por primera vez 1.500 años antes de Cristo en los Vedas de la India y que tenía atribuido rango de dios del Sol. Su culto se extendió hacia Persia y más tarde viajó con los legionarios a Roma y su Imperio, donde bajo el epíteto ‘Deus Invictus’ se fue convirtiendo en elemento aglutinador de los múltiples dioses del panteón en su viraje hacia el monoteísmo, llegando a ser competidor de la religión cristiana si bien esta última se impuso y fue declarada religión oficial por el emperador Teodosio, en el año 392.
Por otro lado, según el catedrático de historia antigua Jaime Alvar, existía otra divinidad arraigada en el actual Noroeste español, que podría ser Lug o Lugh, dios de origen celta de carácter solar, con importante influencia en la Maragatería, donde se le dio la representación del Teleno -los romanos equipararon el Teleno con Marte-.
Por todo ello, nada tiene de extraño que estos elementos, “arraigados entre algunos estamentos sociales dominantes del convento jurídico de Astorga, hubieran servicio como punto de apoyo para la difusión del cristianismo en la Astorga romana -de la que dependía el Bierzo-“. “Como consecuencia sería normal que entre los fieles existiera el mismo sustrato gnóstico-dualista que, años más tarde, los ortodoxos de la Iglesia apreciaron en la doctrina de Prisciliano”, afirma David Gustavo.
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