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Mauthausen, 75 años de vidas truncadas por los nazis

Muchos castellanos y leoneses en los campos del horror, 167, fueron traslados al complejo austríaco y de ahí al castillo de Hartheim, donde eran gaseados
Liberación del campo de concentración de Mauthausen el 6 de mayo de 1945 / Cpl Donald R. Ornitz, US Army

“Recuerdo que cuando aquel tren de ganado se detuvo, no sabíamos qué era Mauthausen, pero estábamos a sus puertas. Ordenaron bajar a todos los varones mayores de 14 años y mi padre saltó. Mi madre gritaba y chillaba y pedía un intérprete que nunca llegó. Comentó que le dejaran afeitarse al menos. Y nos respondieron que a donde iba daba igual eso. Poco después creímos que habían matado a todos los que bajaron”. Era 20 de agosto de 1940. Aquel niño de seis años llamado Eufemio García perdió de vista a su padre, quien se llamaba exactamente igual, y no le volvió a ver.

Años después la familia supo que había fallecido 16 meses más tarde siguiendo la estructura que los nazis mantuvieron con muchos de los españoles que allí perdieron la vida, entre ellos nuevos bercianos. Eran trasladados al complejo Mauthausen-Gusen, al que denominaban el ‘campo olvidado’, y de ahí al castillo de Hartheim, donde eran gaseados. Ese camino siguió Eufemio García, de Cañizal (Zamora), los hermanos Agapito y Crescencio Cuesta, de Lanzahíta (Ávila), quienes fallecieron de rodillas y abrazados, según testigos oculares, Francisco Arroyo, de Roa (Burgos), César Valdés, de Cistierna (León) o Emiliano Jorge Hidalgo, de La Seca (Valladolid), entre otros cientos. Nombres propios recordados ahora, 75 años después de la liberación de Mauthausen, tres cuartos de siglo más tarde de que las fuerzas aliadas entraran en el campo y fueron los propios españoles quienes les recibieron con aquella famosa pancarta ‘Los antifascistas españoles saludan a las fuerzas libertadoras’.

Por eso, muchos otros corrieron más fortuna y salieron con vida. Como fue el abulense Pablo Escribano, de Rasueros, quien en la liberación portaba la bandera francesa, o el burgalés Saturnino Navazo, de Hinojar del Rey, a quien el fútbol le salvó la vida. También a su hijo adoptado, a quien le entregaron en el campo con siete años, Sigfried Meir, fallecido hace unos días en Ibiza. A día de hoy, solo pervive un superviviente español. Un madrileño que acaba de cumplir 101 años y reside en Francia. Todos ello, aún sin un reconocimiento de lo que hicieron por este país, tal y como reconoce el historiador Benito Bermejo.

Y aquel niño zamorano, Eufemio García, quien sorteó el campo de exterminio de Mauthausen, acompañado de su madre y su hermana, para dejar atrás Austria y también a su padre. Rememora a Ical que su padre era un alto cargo de la República en Madrid, concretamente director de las Fuerzas de Orden Público, pero la Guerra Civil sorprendió a la familia en Barcelona, lo que facilitó su huida al país galo, donde se refugiaron. Les subieron al primer transporte ferroviario de deportación de Europa Occidental, el tristemente conocido ‘Convoy de los 927’, en Angulema, en la Francia ocupada, el 20 de agosto de 1940, y cuatro días arribaron al campo sin saber donde les llevaban.

Seguidamente les enviaron a España a los tres, pero el 28 de agosto, en Madrid y con solo seis años, el régimen le separó de su madre. “Una señora me cogió del brazo; decía que era hermana de mi padre y me empezaron a llamar Jaime, nombre por el que aún hoy algunas personas le conocen. Me escapé de aquella casa porque me trataban muy mal. Años después, en una visita a Cañizal, pedí la partida de nacimiento y ellas nunca habían estado allí, me engañaron”, sostiene ahora, apenado, con 86 años. Su madre se fue a su pueblo, a Cuacos de Yuste (Cáceres), donde casualmente hay un cementerio alemán. Cuando se reencontró con su progenitora, 12 años después, se había vuelto a casar y tenía más hijos.

El zamorano Eufemio García, que falleció en el campo de concentración de Mauthausen / Ical

 

No fue hasta 2007 cuando recibió su primera prestación como víctima de guerra, gracias a las gestiones Benito Bermejo, quien investigó sobre la relación de 62 republicanos que murieron el mismo día en Mauthausen, entre ellos su padre. Para honrar su memoria, Eufemio colocó recientemente, en el 104 de la calle Francos Rodríguez de Madrid, una placa. “Allí nací yo y vivió mi padre, Eufemio el zamorano”, comenta.

En 2011 acudió por segunda vez al campo de concentración. Esta vez de visita y por su propio pie. Habían pasado 71 años desde la primera ocasión, cuando aquel niño sorteó Mauthausen y no pudo despedirse de su padre, quien dio la vida por su familia. “Fui con un sobrino y pusimos una placa que reza: ‘Tus hijos y nietos no te olvidan, abril de 2011’, en uno de los edificios. Estuvimos con muchos españoles”, narra emocionado Eufemio, quien piensa en “cómo lo pasarían allí dentro aquellos hombres”. “Estábamos en el monumento dedicado a los españoles; leía los nombres y solo me salía llorar. Es muy triste y lamentable”.

En total, en las instalaciones nazis se contabilizaron más de 300 pérdidas humanas con ADN de alguna de las nueve provincias que hoy conforman esta Comunidad, 167 de ellas en el complejo de Mauthausen-Gusen, a los que se suman otros 24 que estuvieron retenidos también en Hartheim, según el estudio elaborado por un equipo de investigación tras el cotejo de los libros correspondientes, que se custodian en la sede del Registro Civil Central de Madrid, y que fue publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE) en agosto de 2109. De él se desprende una relación de 4.227 ciudadanos en España fallecidos en esos campos.

Hermanos que murieron abrazados

Los hermanos Agapito y Crescencio Cuesta Sánchez fallecieron gaseados, también en Hartheim, junto a Mauthausen. Según testigos oculares, abrazados y de rodillas. “Estuve en la puerta del campo hace unos años y me dio fatiga, me quedaba sin respiración de la emoción. No pude entrar”, rememora Alegría Cuesta, hija de Agapito. “Estas cosas me impactan tanto que me hacen daño”, relata ahora, con 82 años y cuya residencia ha establecido en Barcelona.

Únicamente ha estado en dos ocasiones en Lanzahíta, población abulense de la que su padre y su tío eran naturales. La primera vez fue con 19 años. “Allí, dos hombres ya mayores me contaron muchas cosas sobre ‘Aga’. Allí la comunicaron que la familia de su padre había emigrado a Cuba a principios del siglo XX, pero los dos hermanos decidieron volver, en un momento en que les sorprendió en España la Guerra Civil y se alistaron en el Cuerpo de Seguridad y Asalto para defender la República. En 1939 ambos la frontera, junto a su hermana Inés, la mujer de Agapito, Alegría, y la hija de ambos, también llamada Alegría, que tenía solo un años y quien ahora nos relata parte de esta historia. Tiempo después, las mujeres regresaron a España. Algunos vecinos le recordaban con “mucho cariño”, pero también porque, en una sociedad rural muy pobre, por las noches enseñaba a los vecinos a leer y escribir. Con 30 años, Alegría Cuesta volvió al sur de Ávila.

Falta un reconocimiento

Varios son los historiadores que han investigado sobre los deportados a los campos nazis, cuya liberación cumple ahora 75 años. Uno de los que más ha trabajado en este sentido es el salmantino Benito Bermejo, autor del ‘Libro Memorial. Españoles deportados en los campos nazis (1940-45)’ lanzado en 2006, para el que entrevistó a numerosos supervivientes y familiares, y que indagó en la figura del fotógrafo Francisco Boix, con un libro editado en 2015.

Recientemente ha destacado la creación de un nuevo grupo de trabajo, en el seno de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), denominado ‘Triángulo azul, para estudiar la memoria de los españoles deportados a campos nazis, que surge a raíz de una evidencia compartida por expertos, familiares e investigadores. Este análisis concluye que las víctimas españolas del Holocausto lo son también del franquismo, porque su deportación a los ‘campos de la muerte’ de Hitler se produjo entre 1940 y 1945, con “la complicidad y la colaboración del gobierno de Franco”.

Benito Bermejo asegura “con toda seguridad” que los reconocimientos que han llegado de España de forma oficial “han sido pocos y tarde”. En el mundo, fue 1965 cuando se colocaron los primeros monumentos que recuerdan a las víctimas españolas: uno en París, y el otro en Mauthausen, promovido por organizaciones de deportados españoles en Francia y en Austria. Y en España, lamenta el historiados salmantino, eso no ocurrió hasta 2005, cuando el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, protagonizó la primera visita oficial al campo de concentración. También hay una placa que recuerda la visita del rey emérito Juan Carlos I al país centroeuropeo, pero no a Mauthausen. “Eso ocurrió en 1978. Después, cada familiar ha ido añadiendo sus aportaciones”, rememora Bermejo, quien insiste en

Hasta la visita de Zapatero, el grueso lo organizaba una pequeña asociación en Austria, CRSOE, compuesta por hijos y nietos de españoles que se quedaron allí a vivir. Son cerca de un centenar que “han mantenido la vela encendida”. “Ahora ya envían hasta representantes de gobiernos autonómicos. Todo el mundo se ha subido al carro”, precisa.

Storpestein en España

El matrimonio formado por Isabel Martínez y Jesús Rodríguez han dedicado parte de su vida a seguir en España el proyecto del artista alemán Gunter Demnig, los Storpestein, una especie de piedras que se erigen en monumento para recordar a todos los deportados. En la actualidad se han colocado más de 75.000 piedras en 24 países. Se ubica en la acera delante de la casa donde nació o vivió la persona. Eufemio García ya tiene el de su padre, en el número 104 de la calle Francos Rodríguez, “delante de un árbol, donde se encontraba la casa, hoy derruida”, y donde hay una comisaría de Policía.

El Storpestein es un bloque de cemento de diez por diez centímetros, con una cara de latón donde se graban manualmente los datos del deportado. En abril estaba previsto poner en Soria y en otras localidades españolas. En Zamora también se han pedido por parte de ayuntamientos para honrar a todas las víctimas de su provincia.