Periodismo y política, una relación viciada

 

Salvo milagro de última hora, esta legislatura fallida está a punto de terminar. El Rey acaba hoy la ronda de consultas en la que certificará que ningún partido político está en condiciones de formar gobierno. Y, lo que es peor, se vislumbra en el horizonte que las próximas elecciones de junio no aclararán el panorama, puesto que los resultados podrían ser muy parecidos, escaño arriba o abajo, a los de diciembre.

Esta va a ser la legislatura más corta de la nueva etapa democrática de España. Una nueva experiencia para la clase política y para el resto de los españoles, de la que todos han de extraer las consecuencias oportunas. En esos cuatro meses, desde el 20-D, no sólo ha fallado la clase política por no saber dar respuestas a un resultado electoral complejo, sí, pero el que querían los ciudadanos; también han fallado otros muchos colectivos, como el  empresarial y, sobre todo, el periodístico.

El otro día el líder de Podemos, el polémico Pablo Iglesias, arremetía en un acto académico contra un periodista de El Mundo. Y lo hacía señalándole con nombre y apellidos, acusándole de medrar mediante la publicación de informaciones falsas o manipuladas. El resto de los periodistas presentes en el acto se solidarizaron con el señalado y abandonaron el acto en señal de protesta. A partir de ahí han abundando los editoriales en contra de actitudes como la del líder de Podemos.

No es éste un caso aislado. Las relaciones entre políticos y periodistas en general se han ido deteriorando en los últimos meses. Sin duda, mucho ha tenido que ver en este deterioro las revelaciones e informaciones periodísticas sobre los continuos casos de corrupción, que han afectado, en distinto grado, a todos los partidos políticos, incluido Podemos. Los denominados “Papeles de Panamá” y la evidencia de que algunos políticos y líderes sociales de todos los sectores han ocultado dinero en paraísos fiscales bien para pagar menos impuestos, blanquear dinero o llevar a cabo negocios opacos, ha quebrado aún más la relación entre los círculos de poder y la prensa.

Por otra parte, el periodismo, junto a la política, es una de las profesiones peor valoradas por los ciudadanos, según las encuentras periódicas el CIS. El periodismo ha perdido en los últimos años reputación e imagen. Antes, periodismo era contar aquello que se quería mantener oculto por las razones que fuera. Hoy, ya no se sabe muy bien qué es, toda vez que las empresas periodistas funcionan como un oligopolio corporativo, primando más la rentabilidad y la influencia que la obligación de informar de una forma imparcial e independiente.

La crisis ha golpeado duramente a las empresas periodísticas, cuya supervivencia depende ahora más que nunca de las concesiones, subvenciones, publicidad institucional y encargos de las distintas administraciones públicas y de las grandes corporaciones. Esta dependencia, junto a la crisis derivada de la irrupción de los medos digitales, ha colocado a los medios tradicionales al borde del colapso.

Por eso, ahora prima el sálvese quien pueda y la supervivencia al precio que sea de las empresas periodísticas sobre la ética del ejercicio de la profesión. Grupos periodísticos venden al mejor postor su capacidad de influir y cambian sus líneas editoriales las veces que sean necesarias con tal de obtener contratos, subvenciones, concesiones y publicidad. Va en ello su supervivencia.

A pesar de ello, los grandes medios de comunicación tradicionales están en crisis. Empresas como El Mundo, por poner  ejemplo, anuncia otra reconversión brutal después de haber realizado otras anteriores, reducir formato, número de páginas y cerrado plantas de impresión. En Castilla y León, otro ejemplo, la televisión semipública lleva cinco años sin actualizar los sueldos de su plantilla, incrementando las horas de trabajo y deteriorando las condiciones laborales, mientras sigue presionando a la Junta de Castilla y León, de la cual depende gran parte de su negocio, para actualizar contratos, subvenciones y publicidad.

En estas condiciones es muy difícil ejercer un periodismo independiente. Como el resto de la sociedad, los periodistas, los buenos periodistas, los periodistas comprometidos, los que creen en su profesión, son también víctimas. Pero estos periodistas existen y luchan todos los días, algunos como auténticos francotiradores,  por mantener vivo el ejercicio de la libertad de expresión en toda su dimensión.