¿Podría un vegetariano radical –vegano creo que se llama– ser pescadero?
En teoría, sí. Nada lo impide. No hay ninguna ley, norma u ordenanza que se opongan.
¿Debería serlo? O dicho de otra manera, ¿tendría el cliente las suficientes garantías de que el pescado era de la mejor calidad, fresco y comprado en la lonja con el criterio de una persona que entiende lo que se trae entre manos?
¿Se le podría creer cuando nos asegurara “sale muy bueno”, “rebozado queda muy jugoso” o “a la plancha se hace en un pis-pas”?
Y a la hora de limpiarlo, ¿Qué pensaríamos al ver la cara de asco que, sin duda, pondría el pescadero-vegano mientras destripaba al hermoso besugo que acababa de vender a precio de escándalo?
Viene esto a cuento porque esta noche, mientras llegaba el sueño, estuve pensando en la idoneidad de las personas para determinados quehaceres.
Por ejemplo, ¿está capacitado Jorge Fernández Díaz, Ministro de Interior, para serlo?
Vaya por delante que no pongo en cuestión su capacidad intelectual –que desconozco–, su dedicación, ni nada por el estilo; me refiero al muro de hormigón armado que separa sus creencias religiosas –coincidentes con los postulados más reaccionarios del Opus Dei– de la razón que debe regir en una persona que gobierna, no sólo para los católicos españoles, sino también para los musulmanes, budistas, mormones o ateos, que haberlos haylos.
¿Puede un ministro de un Estado aconfesional decir públicamente: “España será cristiana o no será”. O “si los católicos españoles actuaran en conciencia, determinadas leyes no se habrían aceptado”, refiriéndose al matrimonio gay?
Pero esto, con ser grave, no es nada. Creo que es más alto y más fuerte el muro ideológico, muy próximo a la extrema derecha.
Estamos hablando de un ministro que avaló las devoluciones en caliente de inmigrantes ilegales, vulnerando hasta doce normas nacionales e internacionales. Que ha sido el principal muñidor de la Ley de Seguridad Ciudadana, la llamada “Ley mordaza” que nos retrotrae a tiempos que pensábamos que habían sido un mal sueño.
Una Ley que impone unas multas escandalosamente elevadas a grabar con un teléfono a la policía, obstaculizar un desahucio o manifestarse ante el Congreso de los Diputados, por citar alguno de los supuestos.
Una Ley que permite redadas preventivas sin ningún requisito, controles de identidad arbitrarios, creación de listas negras, que deja a discreción de la policía la realización de registros corporales….
Esto y mucho más se va a aplicar en un país ejemplar por su comportamiento, a pesar del hartazgo de la inmensa mayoría de los ciudadanos, con una tasa de paro que da escalofrío, con una generación perdida de jóvenes que ven cómo se escapa el tiempo entre sus dedos sin ver una luz en el horizonte, mientras una horda de chorizos, de delincuentes disfrazados de Armani, de golfos, de corruptos y de corruptores saquea las instituciones con la tranquilidad de saber que aquí no pasa nada, porque todos están mirando boquiabiertos la habilidad de un niñato de anda como Pedro por su casa (perdón, Pedro) por despachos oficiales de alcaldes y alcaldesas, secretarios de Estado y jerarcas de la calle Génova.
Así que el sueño me sorprendió con la certeza de que Don Jorge Fernández Díaz no puede ser pescadero. No sirve.
¿Y Mariano Rajoy, serviría?
Rotundamente, no.