En el 2008, al comenzar la crisis que aún nos atenaza, Ponferrada celebraba su centenario como ciudad, título concedido por Alfonso XIII en 1908. Con tal motivo, la corporación municipal, con el apoyo y asesoramiento de una Comisión del Centenario, programó y organizó una serie de actos y actividades para conmemorar tal efeméride. Entre esas actividades, la publicación de algunos libros: una historia de Ponferrada, las biografías del centenario, el libro en el que se recogieron las conferencias que con aquel motivo se impartieron en la Casa de la Cultura. Vicente Fernández, que formaba parte de la comisión, propuso la publicación de un libro, que tenía bastante adelantado, sobre el patrimonio artístico y monumental de la ciudad. Cuatro años después, pese a la crisis y los recortes, dicho libro ve ahora la luz, publicado por la Fundación Pedro Álvarez Osorio, otra de las creaciones del centenario.
Vicente Fernández es natural de Cacabelos, donde nació en 1951; pero aunque entusiasta de su patria chica no es nada chovinista ni localista, tan al uso en nuestra tierra. Tiene una visión universal pero un cariño especial por Ponferrada, ciudad en la que ejerce como catedrático de Historia en el Gil y Carrasco. De hecho, buena parte de su obra está dedicada a esta ciudad. Ahora que con este libro podríamos decir que cierra un fructífero ciclo dedicado a su estudio, recuerdo que sus primeros trabajos de investigación, publicados en la revista Bierzo en 1989, fueron dos artículos, uno sobre la heráldica nobiliaria en Ponferrada y otro sobre Ponferrada en la Edad Moderna. Desde entonces, los libros y trabajos sobre ella se han ido sucediendo sin solución de continuidad: la iglesia y hospicio del Carmen, la basílica de la Encina, una guía de Ponferrada, en colaboración con quien esto escribe, La Historia de Ponferrada, que dirigió con Miguel J. García, y numerosos artículos sobre su historia y patrimonio.
El libro Ponferrada artística y monumental, que se presentó el pasado jueves, 8 de marzo, en el castillo ante un numeroso público que, con el alcalde y la presidenta de la fundación, acompañaron al autor, es el feliz resultado de toda esa obra anterior, aunque aumentada y corregida como se suele decir. Se condensa en ella un cuarto de siglo de trabajo intenso, de lenta y concienzuda investigación; pero sobre todo, de análisis y elaboración sobre la historia patrimonial de la villa de Ponferrada. Aunque es difícil resemir en un artículo de estas características un libro de más de 750 páginas, destacaría, entre otros muchos aciertos y características, estos tres rasgos:
El primero es que se trata de un libro definitivo, escrito bajo la óptica omnicomprensiva de una historia de la villa vista a través de los vestigios que constituyen su patrimonio; es decir, lo legado por nuestros padres. Quizá no nos dejaron todo lo que debieran, como la cerca de la villa; tal vez destruyeron partes que ahora lamentamos (y esto no hace mucho tiempo, en algún caso bajo nuestra vista y nuestra crítica, como las instalaciones de la MSP); pero es lo que hay y lo que podemos disfrutar al contemplarlo.
En la historiografía nunca se puede decir que algo es completamente definitivo; sin embargo, creo que en este caso todo lo que no está en el libro ya no será muy relevante, porque no modificará sustancialmente las líneas generales del discurso histórico. La visión omnicomprensiva alude, primero a que el libro estudia pormenorizadamente todo el patrimonio arquitectónico y artístico de la villa, y en ese sentido se trata de un esfuerzo sin precedentes, al que luego me referiré; pero hay un aspecto cualitativo que no debe pasar desapercibido, pues tal patrimonio es visto no sólo desde el punto de vista estilístico, sino que se analiza bajo las condiciones económicas y sociales que lo hicieron posible, que no siempre fueron las más favorables o que tuvieron un alto costo social asumido por sus habitantes.
El autor señala acertadamente que Ponferrada, cuyo pasado medieval queda reflejado en esa joya arquitectónica que es el castillo, al que el autor dedica una extensa monografía con muchos datos novedosos, fue integrada al comienzo de la modernidad, tras la guerra que enfrentó a los herederos del conde de Lemos, en la Corona por los Reyes Católicos: la villa pasó de señorial a realenga, punta de lanza, desde su imponente castillo, en el control de la levantisca nobleza gallega. Este hecho, importante porque la convertiría en capital de la llamada provincia del Bierzo, tuvo consecuencias menos afortunadas para su patrimonio. A diferencia de villas nobiliarias, como Villafranca o Medina de Rioseco, la lejanía de la corte fue un inconveniente, y los reyes no se preocuparon de embellecerla con nuevos edificios civiles y religiosos como hiceron los señores con las suyas. Los únicos en los que intervinieron, el castillo y el hospital de la Reina, ya existían anteriormente.
No fue la corona, ni la alta nobleza, como en Villafranca, la que construirá iglesias, conventos o casonas -o las llenará de imágenes y pinturas-, sino el concejo, el pueblo y especialmente sus clases dirigentes: la hidalguía terrateniente, los ricos comerciantes y los funcionarios (corregidores y recaudadores de impuestos), y los profesionales. Serán el concejo y éstos los promotores del arte barroco civil privado que se arracima en torno a los dos edificios públicos, con el castillo, más emblemáticos de la villa: la casa consistorial, símbolo del poder civil -Vicente hace un interesante estudio de la cárcel, como primer edificio destinado a este uso, y sobre todo del nuevo consistorio contruido a finales del siglo XVII por Pedro de Arén y otros, señalando su interés arquitectónico, su relación y sus diferencias con los de Astorga y León- y la basílica de la Encina, signo del poder religioso. Respecto de esta basílica y de otras iglesias, como Santa María de Vizbayo, San Andrés, San Antonio o la del Carmen, el autor resume y actualiza lo que ya había publicado en su Arquitectura religiosa del Bierzo o en las monografías que cité anteriormente, añadiendo un exhaustivo estudio de su patrimonio artístico: retablos, imágenes, pintura, orfebrería, etc.
Esa hidalguía, además de apoyar la construcción de varios conventos en el siglo XVI, como los de San Agustín y el de las concepcionistas de la calle del Reloj, a los que el autor dedica sucintas monografías, es la que levanta las viejas casonas hidalgas de los siglos XVII y XVIII: las de los Macías, los García de las Llanas, los Blanco, los Baeza Flórez Osorio, etc. Aquí no sólo se estudian pormenorizadamente las plantas y alzados, las características tipológicas y estilísticas, los aposentos, cuadras y bodegas; también se hacen importantes aportaciones a lo historia familiar, a los linajes y sus emblemas heráldicos, a su poder económico y relevancia social y cultural, con mención expresa al alguna biblioteca muy bien surtida de los liobros historia y clásicos, como la del abogado Esteban García de las Llanas en 1737. Estos profesionales y la nueva burguesía surgida en el siglo XIX, de ideas liberales, modernizan la villa, buscan enlazarla por medio del ferrocarril y varias carreteras con la Meseta, Galicia y Asturias, crean nuevos centros de enseñanza, como el instituto de segunda enseñanza, etc.
Sin embargo, la transformación más importante de Ponferrada se inicia con la presencia de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) en 1918 y con la industrialización de la postguerra, en torno a las actividadades mineras y energéticas, aunque el crecimiento espectacular dejó mucho que desear desde el punto de vista urbanístico, como ya denunció José Luis Alonso en su tesis doctoral. La villa se convierte en ciudad que atrae a miles de inmigrantes. Tal población exige la construcción de nuevos barrios y edificios, que dejan diversos tipos de patrimonio: las iglesias surgidas en la postguerra hasta el concilio en los barrios nuevos (San Ignacio, San Pedro, San José Obrero, Santiago Apóstol, Nuestra Señora del Refugio), las nuevas iglesias postconciliares (San Antonio); pero también multitud de edificios civiles, en los que juega un papel de primer orden el arquitecto de origen cántabro Martínez Mirones, autor de más de 3.000 proyectos de obras, entre ellos todas las iglesias anteriormente mencionadas (a excepción de Nª Sª del Refugio, del orensano Francisco Belosillo), que dejó una huella indeleble en la ciudad (y que por cierto aún no tiene una calle en la ciudad en la que vivió y murió).
Tras la democracia, nuevas urbanizaciones, avenidas, glorietas, alguna nueva iglesia, como la impresionante del Buen Pastor en la Rosaleda, obra de Ignacio Vicens y Hualde dan, junto con una proliferación de esculturas urbanas (monumento al cine, el barquillero, el milagro de la Encina, el Templario, a Esteban de la Puente, contra la Intolerancia, a Alfonso VI y el obispo Osmundo, etc.) un aire más moderno y dinámico a la ciudad.
Un segundo grupo de obras tiene que ver con los puentes y viaductos, presas; pero sobre todo con lo que ahora denominamos como Patrimonio Industrial, pues junto a la ciudad histórica hay también una ciudad industrial, que no desdice de aquella. Vicente Fernández ha realizado un trabajo elogiable por el esfuerzo en recopilar nuevas fuentes para su estudio, lo que permitirá conocer mejor el origen y la importancia económica y social de la térmica de la MSP o la central del Azufre y sobre todo la de Compostilla I, a la que dedica una estupenda monografía. El libro recorre también las últimas obras que musealizan este patrimonio: museo del ferrocarril y museo de la Energía.
Una segunda característica del libro es el rigor metodológico y sobre todo documental. Un aspecto externo del mismo nos lo ofrecen esas más de dos mil notas que documentan las afirmaciones vertidas en el libro. Lo que importa, lo sabemos, es el resultado, y ese ya lo hemos comentado antes; pero los que conocemos este oficio, el oficio de historiador que decía Lucien Febvre en Combates por la historia, sabemos el esfuerzo descomunal que eso significa. Las horas de estudio, los años visitando archivos, el vaciado de documentos, el contraste de datos, las consultas bibliograficas para comparar con otras zonas y otras historias. No debería impresionarme lo que conozco por haberlo vivido por propia experiencia, pero me impresiona el esfuerzo titánico que el autor, mi amigoTito, ha llevado a cabo en todos estos años.
Es este esfuerzo por documentar hasta el más mínimo detalle lo que convierte el libro en una obra rigurosa, científica, asentada en una copiosa información y en sólidos principios metodológicos. Decía antes que será una obra definitiva, y no porque no pueda descubrirse en algún legajo un nuevo dato sobre ese o aquel arquitecto, escultor o pintor; no, lo que la hace definitiva es que ese rigor no está sólo en los datos, algo que se le supone al historiador honesto, sino en saberlos interpretar; pues la historia no es una acumulación de datos, sino su contextualización, interpretación y comprensión. Esto es lo que ha hecho el autor en este libro espléndido, que nunca le agradeceremos bastante todos los bercianos y ponferradinos.
Un tercer rasgo que, en mi opinión, hace el libro muy valioso, es el aparato gráfico y fotográfico que incluye. Hay muchos planos de edificios, algunos históricos y otros realizados expresamente para el libro, pero todos inéditos o la mayoría desconocidos. Hay además muchas fotos, no me voy a referirar a aquellas, muy buenas, realizadas recientemente para ilustrar el libro, quiero aludir a las de los años de la postguerra que, la mayoría desconocidas, son un documento importantísimo; pues ilustran la parte dedicada al Patrimonio Industrial, a la ciudad industrial, de una manera inmejorable. El esfuerzo y tesón de Vicente Fernández para encontrarlas es digna de elogio, además de que mejoran sustancialmente el libro. El esfuerzo, termino, ha valido la pena.