Las elecciones generales han servido –ya que no para formar un gobierno– para constatar varias realidades:
La primera, incuestionable, que se acabó el bipartidismo, gracias a la irrupción de dos nuevos partidos, uno de derechas y otro de izquierdas, simplificando las cosas.
Ya veremos cuál es su recorrido, porque uno, Ciudadanos, según algunos politólogos (no hay que hacerles mucho caso), viene a ser la marca blanca del Partido Popular, a la que han despojado de esa imagen antigua que, a veces, muestra la derechona clásica, y, como partido nuevo, que no ha rascado apenas poder, sin corruptelas, choriceos y demás miserias. Esperemos que por muchos años.
El otro, Podemos, ha experimentado un desplazamiento hacia una socialdemocracia. Movimiento poco creíble para quienes tenemos memoria y recordamos lo que decían sus líderes hace unos meses; Tiene, además, un asunto –el apoyo a un referéndum en Cataluña– que le puede pesar como una losa en el resto de España.
La segunda realidad es que el Partido Popular ha perdido su cómoda mayoría absoluta de forma abrumadora. Si analizamos los motivos de esa pérdida de votos, hemos de citar el desgaste lógico de cuatro años de gobierno marcados por importantes recortes; pero, sobre todo, se han dejado en el camino más de sesenta diputados gracias a un trabajo concienzudo del Presidente Rajoy, que ha desarrollado, en los últimos tiempos, un pasotismo formidable y que ha mirado para otro lado ante los escándalos por corrupción que han afectado a personajes muy conocidos de su partido.
La tercera, y la que más me duele –porque no oculto más de veinticinco años de militancia– es que, en poco tiempo, asistiremos a un hecho que nadie podría creerse hace un par de años: El Partido Socialista pasará a ser un partido casi irrelevante, y eso, si no desaparece.
En el mejor de los casos, pasarán muchos, muchos años, hasta que vuelva a ser una opción de gobierno.
Lo que no consiguió Franco en cuarenta años, lo van a lograr de dos patadas un grupo de zapadores del propio partido, capitaneados por Susana Díaz que, desde hace tiempo, vienen negando el pan y la sal a su secretario general, Pedro Sánchez.
¿Tiene la Presidenta de la Junta de Andalucía algún candidato mejor que el actual?
¿Va a ser ella misma la candidata, sometiéndose a unas primarias, de resultado incierto, y va a abandonar el refugio de su gobierno autonómico?
Sospecho de, de momento, ni lo uno ni lo otro, y que lo que pretende es dar leña a Pedro Sánchez para ir debilitándolo y encontrarlo exhausto cuando se celebre el congreso del partido.
Las consecuencias pueden ser demoledoras, porque los votantes del PSOE están hartos de esas guerras de guerrillas que tanto debilitan a los partidos.
Y mucho me temo que, ahora, teniendo una opción que ocupa un espacio político próximo, no van ni a perdonar ni a olvidar.
Y, si no, al tiempo.