PREMIOS MUJER 2024

Raquel Gago

El asesinato de la presidenta de la Diputación Provincial de León en mayo de 2014, Isabel  Carrasco, quedó esclarecido muy pocas horas después de producirse. La asesina, Monserrat González, confesó ella misma la autoría tras ser detenida instantes después del crimen. Y, junto a ella, su hija, Triana Martínez. El caso fue resuelto en muy pocas horas. La asesina estaba detenida; la cómplice, su hija, también. El móvil también quedó probado: despecho y odio que derivó en algo tan viejo y pasional como la venganza. Caso cerrado. León respiró al descubrir que tras el crimen no había intencionalidad política. Y se felicitó por la rapidez. Porque de lo contrario, aún hoy se estarían barajando mil hipótesis y media provincia podía ser sospechosa.

Sólo quedó un fleco. Raquel Gago, la policía municipal de la capital leonesa, amiga de Triana, en cuyo coche particular estuvo oculta el arma del crimen durante más de un día, que había tomado té con Triana en su casa minutos antes del crimen y con la que se encontró en una calle cercana al lugar del crimen, minutos después de cometerse. Y Triana optó por la peor de las posibilidades: no dijo a nadie que había estado en casa de Triana tomando té y que luego la había visto en la calle. Este silencio y la rocambolesca aparición del arma del crimen en su coche han acabado por condenarla como cómplice y por tenencia ilícita de armas. Primero fue el jurado popular, luego el Tribunal Superior de Justicia de Burgos y, finalmente, el Tribunal Supremo, coinciden en el grado de culpabilidad, lo que ha concluido en una condena firme de 14 años de prisión.

He leído la magnífica entrevista que Gago ha concedido a La Nueva Crónica. Insiste en su inocencia y en que es víctima bien de una conspiración política o de un cúmulo de desgraciadas coincidencias. Que no hay pruebas contundentes ni hechos probados de su culpabilidad. Yo seguí el juicio en la Audiencia Provincial y allí quedó demostrada la tremenda chapuza de la instrucción del caso, la sospecha de que más de un testigo mintió o perdió la memoria de repente, la inquina visceral entre abogados, fiscal y jueces, la sobreactuación de algunos letrados, la inexplicable impunidad de la desaparición del abogado defensor de Gago, las extrañísimas contradicciones de testigos claves, la dudosa profesionalidad de algunos informes técnicos, la fantasmagórica actuación de los famosos policías de Burgos, y la sorprendente sentencia de la Sala, reconociendo errores de planteamiento jurídico básico y en abierta contradicción con el veredicto del Jurado.

Confesa la autora y la cómplice, todo este batiburrillo de anomalías sólo podía perjudicar a la tercera en discordia; es decir a Gago. Fuego que ella misma alimentó con un abogado impropio y con decisiones tan polémicas como llegar acompañada al Tribunal por compañeros policías locales o la recogida de firmas solidarias, como si se tratase de una nueva edición de “Gran Hermano”. Gago protagonizó en el juicio varios papeles: Fue la esfinge pétrea, impasible, fría y hierática. Fue la débil policía incapaz de enfrentarse a un nimio conflicto doméstico a las puertas de un colegio. Pusilánime, débil, indefensa y muy poco profesional. Fue, al mismo tiempo, la mujer con entereza que se defiende a sí misma y saca a relucir genio y figura para exhibir su inocencia. Fue, asimismo, la mujer meticulosa y planificadora que llevaba en secreto una doble vida sentimental. Y fue, por último, la acusada que se derrumba, llora e implora en un último intento para conmover al jurado y predisponerlo hacia la piedad.  ¿Cuál es la verdadera Raquel Gago?

Monserrat y Triana siempre fueron las mismas durante el juicio. A las dos se les vio enseguida que su único objetivo era tratar de parecer algo desequilibradas para que la condena fuera lo más benévola posible. A pesar de su empeño y el de su peliculero abogado, no lo consiguieron.

Pero, ¿cuál es la auténtica Raquel Gago? En un estado de derecho que ofrece todas las garantías judiciales, la respuesta es clara.