Sor Josefa Begona Escudero, religiosa de las Hermanas Benedictinas de la Providencia, nació hasce 62 años en la localidad leonesa de Sahagún de Campos y creció en Cisneros (Palencia). Después de pasar tres décadas de su vida en África -Burundi y Costa de Marfil-, regresó a León por motivos familiares y ahora es la delegada de Misiones en León y directora diocesana de Obras Misionales. Coindiciendo con el Día Mundial de las Misiones, Domund, que se celebra mañana, esta benedictina de la Providencia que creció en Palencia, repasa el panorama vocacional. Aboga por dar testimonio de una labor intensa y silenciosa, la del misionero, que, asegura, ve compensada su entrega. Aunque regresó hace casi cuatro años a España, asegura que aún sigue en periodo de adaptación.
¿Los misioneros están hechos de una pasta especial?
Un misionero tiene una vocación particular. Tampoco somos gente diferente pero se siente dentro la necesidad de ayudar a la gente, a los que más lo necesitan. Y lo primero es la consagración a Dios: ‘Yo doy mi vida para lo que quieras’.
¿Tiene nostalgia de su vida en África?
Seguramente. Es totalmente diferente. Es otra vida. Personalmente, allí me encontraba muy bien. Volví por mi padre, ya muy mayores, que también me necesitan. Cuando vuelves tienes que empezar de nuevo la vida. El correr, siempre deprisa, mirar el reloj, para aquí, para allá. Te quedas un poco así… Lleva un tiempo volver a acostumbrarse. Yo regresé hace casi cuatro años y todavía estoy en periodo de adaptación.
¿Qué es lo que más le ha marcado de África?
Los valores que allí todavía existen, aquí los teníamos y se están perdiendo. Allí es un valor muy importante el estar con la gente, simplemente estar, acoger, compartir lo poco o nada que tienen. Allí el horario no existe, si estás con una persona estás todo el tiempo que se necesite sin mirar nada más. Son cosas que desde nuestro punto de vista son diferentes. A mí África me ha dado mucho. Se aprende mucho de esa gente. Vas a dar pero es más lo que recibes. También la ilusión y la satisfacción de ayudar. Con pocas cosas salvas vidas, por ejemplo a los niños desnutridos que atendíamos nosotros.
Después de todo el tiempo que pasó en el llamado Tercer Mundo cómo percibe ahora el Primer Mundo?
Lo veo egoísta. Se ayuda poco porque muchos problemas se pueden resolver. Por ejemplo, con los emigrantes. Si se les ayudara en sus países de origen no tendrían que dejarlos.
¿Cómo ha sido su relación con las ONG?
Hemos tenido Siempre buena relación y nos jhemos ayudado. Cuando estábamos en Burundi y pasaban cosas… matanzas y masacres, se les llamaba, nos ayudaban y había muy buena comunicación. También con Médicos Sin Fronteras.
¿Alguna vez peligró su vida?
Muchas. Salías de la misión y no sabías lo que podía pasar. A mí no me tocó pero a una religiosa nuestra sí. Salieron a un kilómetro y les dispararon desde un coche. Pero se vivía una cosa, no sé cómo decir, muy profunda. Habíamos consagrado nuestra vida y estábamos dispuestas a cualquier cosa porque la gente lo estaba pasando mal. Tuvimos ejemplos, con los padres javieranos que mataron allí. Sabían que les iban a matar pero allí estaban, resistiendo, como todos los misioneros. Nos decían que nos traían a España pero nos quedamos hasta que nos expulsaron. Luego fui a Costa de Marfil a abrir una misión.
Burundi ha marcado su vida. ¿Cómo está ahora la situación?
La necesidad que hay ahora en Burundi son los niños abandonados, que lo son por la guerra o por el sida. Están por el campo viviendo, como pueden, y lo que hace nuestra misión desde hace algunos años es recogerlos, darles de comer y dormir.
¿Cómo ve el panorama vocacional y de acción sobre el terreno de las misiones?
Se constata que los misioneros se hacen mayores y que hay poco recambio o ninguno. También se nota que hay más seglares, gente que se va incluso con sus familias de misión, a proclamar la palabra de Dios. Se nota este cambio. Ahora el camino neocatecumenal es muy activo en esto. Es un nuevo camino para las misiones.
¿Y el tradicional tiende a desaparecer?
No. Va a seguir, lo harán juntos. Por otra parte, y eso es algo muy positivo, las congregaciones tienen ya vocaciones locales en los países donde están instaladas. Las misiones se van dejando en sus manos, a la gente de allí. Y eso es muy importante y es fruto de los misioneros que estuvieron allí antes.
¿Qué tiene que hacer la Iglesia para conseguir que haya más vocaciones
Lo primero es el ejemplo. Que los que somos religiosos, misioneros y demás demos más testimonio de nuestra vida. Ahí nos toca un poco a todos ser más coherentes con la vida que hemos escogido, con la vida religiosa. Creo que tenemos que darnos más a conocer; la gente nos conoce poco o nada. Se hace mucho bien pero está escondido. Dedicamos toda la vida, vemos muchas cosas… pero nos falta eso. También, no digo miedo, pero hablar de cosas que pasan en algunos sitios tiene consecuencias. En Burundi nos expulsaron a todos los misioneros… muy duro.
¿Cómo valora al papa Francisco en lo que se refiere a la labor misionera?
Este papa nos dice a todos los cristianos, como el lema del Domund, ‘sal de tu tierra’, ‘abrid las puertas’. Que hay que salir, darnos a conocer, que nos hemos quedado encerrados y las consecuencias las estamos viviendo. Nos llama a todos a abrir, a salir de nosotros mismos, a no ser egoístas. A darnos a los que nos necesitan, aunque sea con poca cosa… una sonrisa.
¿Cuáles son esas consecuencias?
Pues que la Iglesia, en cuanto a religiosos y vocaciones, está disminuyendo. Tenemos que ver qué tenemos que hacer y creo que el papa nos está marcando los pasos. La consecuencia lógica de dar más testimonio y más apertura será que haya más vocaciones. Pero la materia prima está disminuyendo… se tienen pocos hijos y si hay vocación, yo creo que no se anima a seguirla. Es complicado, más difícil que antes pero todavía las hay.