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La resurrección del cine quinqui, el género incomprendido

Tras esconderse durante años, los quinquis han reaparecido en las pantallas gracias a 'Las leyes de la frontera', de Daniel Monzón
Marcos Ruiz y Jorge Aparicio, protagonistas de ‘Las leyes de la frontera’. / EBD

Corrían los 70 y 80 en España; la muerte del caudillo coloreaba una nación cuyos únicos tintes, durante décadas, habían sido los de la bandera nacional; los jóvenes, libres como el viento, abarrotaban las calles en busca de la diversión y el tiempo perdidos. La juerga, eso sí, vino acompañada de un creciente vandalismo, con el que se fundió en un refresco efervescente que cosquilleaba las gargantas de aquella España. Un volcán en erupción donde la música con letras ‘’prohibidas’’ por fin tenía cabida y los looks más extravagantes se abrían paso en todo el país; las minifaldas de denim, los pantalones acampanados, los coloridos jerséis y las plataformas difuminaban cualquier vestigio del régimen franquista.

Los primeros chutes de cine quinqui

el pico cine quinquiEl cine también se renovó, despojándose así de su polvoriento hábito propagandístico; de esta forma, surgen nuevos géneros, como el controvertido cine quinqui, el cual brotó en los áridos descampados de las periferias gracias a las semillas que en ellos depositaron José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia. Estos directores pretendían darle visibilidad a los ‘’seres subterráneos’’ de la época, esos que rara vez abandonan su ‘’alcantarilla’’: gitanos, yonquis, prostitutas y, sobre todo, delincuentes. Tanta fue la importancia que se les dio, que en estos documentales no se precisaba de actores, ya que eran los mismos quinquis los que interpretaban sus propias vidas, las de otros bandidos, o incluso las de sus amigos. Si se quería plasmar la realidad de la época, ¿quién mejor que estos para representarla? El último viaje, de De la Loma, fue el primer chute de esta droga barata, seguido de películas como Yo, el vaquilla, Perros callejeros, El pico o La estanquera de Vallecas.

Sin embargo, pese a ser encomiado por muchos, también fue despreciado por otros tantos españoles, que lo tachaban de vulgar y sucio, llegando a afirmar que este género y sus protagonistas ‘’olían a pis’’. De esta forma, la presión social y el conservadurismo de la población amainaron el burbujeo de esta bebida isotónica entre los 90 y los 2000. Directores y productores, ‘’achantados’’ por la opinión pública, se vieron forzados a amordazar a los delincuentes en los maleteros de sus Seat 124, por lo que el foco cinematográfico dejó de iluminar las cloacas sociales de nuestro país; aunque no todo estaba perdido.

En el pasado reciente, puede que recuerden 7 vírgenes, Barcelona 92 o Criando ratas; largometrajes cuya intención no era otra que recuperar el terreno perdido por los maleantes, pero que al igual que estos, han tenido que subsistir con lo ”puesto”, siendo producidos por directores independientes, y con presupuestos que no superan los 5.000 ‘’pavos’’. Criando ratas, de Carlos Salado, fue estrenada en 2016; la historia de ‘El cristo’ y compañía entusiasmó a los adolescentes, que se quedaron impactados con las penurias que vivían sus semejantes a escasos kilómetros de las grandes urbes. Sin embargo, ese ‘’boom’’ terminó por ser un espejismo; el terreno quinqui, apabullado de nuevo por una tediosa sequía, permanecería unos años en barbecho. Cinco años de vacío, añoranza y gran zozobra; alguno de estos bandoleros nos había ‘’chorado’’ las pocas micras cinéfilas que aguardaban en el papel de plata, y a más de uno comenzaba a entrarle el mono.

Las leyes de la frontera, la metadona de la pandemia

cine quinqui las leyes de la frontera

La odisea, finalmente, ha merecido la pena, ya que, en 2021, y en pleno confinamiento, Daniel Monzón confeccionó un prodigioso film de este infravalorado género que ha recibido, entre otros, seis nominaciones a los Premios Goya. Ambientada en la Girona de finales de los 70, Las leyes de la Frontera relata las vivencias de una banda de jóvenes de lo más variopinta, liderada inesperadamente por el menos ‘’chungo’’ de estos malhechores; Nacho, alias ‘El gafitas’ (Marcos Ruiz) es un chaval tímido e inofensivo del que la mayoría se burla, como viene siendo habitual con aquellos que no ”conducen en línea recta”.

Harto de ser el mártir, Nacho decide darle la vuelta a la tortilla, impulsado por un amor a primera vista hacia Tere (Begoña Vargas), una bella gitana con la que se topa por vez primera en los recreativos; tras un precoz encuentro en los aseos con la muchacha, este comienza a delinquir con ella y su banda, iniciándose en la ‘’profesión’’ con robos menores, y terminando con golpes maestros a bancos; o quizás no tan maestros…

Nacho, que nunca había ‘’sacado el pie del cascarón’’, cruza así la frontera, tanto la racial como la personal. Esa es la que, según su intérprete, te otorga la libertad y, a su vez, permite conocerse a uno mismo. Marcos Ruiz, tras ser preguntado con cuál de esas dos caras se queda, no duda: prefiere ser el chaval rebelde y valiente, ‘’pero sin delinquir’’ de la segunda fase del filme. Este aboga por que todos traspasemos nuestra frontera, y por mostrar durante el mayor tiempo posible nuestra versión más despreocupada; y es que, aunque esta entrañe más riesgos, es la que encierra más diversión y placer.

Este joven actor madrileño, presente en cortos como Mi amigo Jaime, series como Madres. Amor y vida y películas como El Capitán Alatriste actúo por primera vez con 7 años, aunque reconoce que ‘’no se hizo adicto hasta los 11’’, en su segundo rodaje. ‘’El primero me pilló muy pequeño y terminé muy cansado’’, atesta. Su forma de actuar no había pasado desapercibida en estos ensayos, pero ha sido el filme de Daniel Monzón el que le ha permitido cruzar la frontera del séptimo arte, al encarnar por fin un papel protagonista. Al preguntarle por el equipo que compuso este proyecto, Ruiz solo tiene palabras de agradecimiento. ‘’Convivía con Chechu Salgado y Begoña y pronto congeniamos’’, afirma. Sin embargo, todo este amor iba a ser superado por el que Daniel Monzón les brindó, y es que el guionista mallorquín ‘’dedicaba cinco minutos antes del rodaje a darle un abrazo a cada miembro de la banda’’.

Aunque ”siempre impera el buen rollo en los rodajes de las pelis o series en las que salgo”, el artista asegura que ninguno de estos proyectos podría equipararse a lo que sintió grabando Las leyes de la Frontera, donde todos pusieron su granito de arena para forjar en acero una banda que ya es inseparable. ”Hacíamos batallas de gallos, escuchábamos música en la azotea… Era genial”, relata. Compara su momento como actor con el de Nacho en la película, ya que, al igual que su personaje, este ‘’ha disfrutado a lo bestia’’, afirmando con excelsa rotundidad que ha crecido muchísimo como actor. Ni siquiera la COVID-19 pudo pararle los talones a esta ‘’pandilla de pillos’’, que debían someterse a pruebas PCR diarias para poder grabar, llevar mascarilla en cuanto las cámaras se apagaban y conectar por videollamada cuando la situación sanitaria se enturbiaba.

las leyes de la frontera

Un papel muy distinto interpretaba Jorge Aparicio, también madrileño y ‘’colega de cine’’ del protagonista de la obra. Este ya había aparecido en obras de teatro como En el frente y en algún que otro cortometraje, aunque esta ha sido su primera película. Aparicio siempre quiso ser artista; sus inquietudes comenzaron a aflorar con el rap, un hobbie que también comparte con su amigo Marcos. Tras superar varios castings, el joven se hizo con el papel de ‘’El piernas’’, aunque finalmente encarnó al ‘’Chino’’, un personaje con un singular trasfondo ”con el que encajaba aún más’’ -sonríe con sus ojos rasgados-. ”Me ha encantado interpretar al Chino” señala; sin embargo, este se compincha con la policía y traiciona a la banda, por lo que, para el público, seguro que no es el personaje más respetado. ”Obviamente no me identifico con mi personaje, porque es un chivato de mierda’’, atestigua, aunque recalca lo anterior, que ha disfrutado personificándolo.

Este no quiso olvidarse de los músicos de la ”familia”, el grupo andaluz Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, el cual le da el empaque definitivo a la película, y que no se encasilla en una categoría concreta de la música; sus seis miembros, que habían formado parte de otros grupos de la región, fusionan el flamenco con el rock psicodélico, progresivo y stoner. ‘’Son gente majísima y un pilar básico de la banda’’, indica.

Violencia y pureza: el ying y yang de los 70 hasta hoy

Al comparar la sociedad contemporánea con la del film, los dos jóvenes ‘’gatos’’ coinciden en que los 70 aventajaban a nuestras décadas en todos los aspectos; su música, su vestuario y, sobre todo, la forma de ser y sentir de las personas, encandilan a sendos actores. ”Todo era más puro y menos individualista”, atesta Aparicio. Este habla maravillas de la comunidad de Las leyes de la frontera, a la que admira pese a la inseguridad ciudadana palpable en aquel entonces. Destaca esa bonita fusión de clases que se daba en aquella España, donde la Transición instauró una insólita realidad donde todos cabían, y nadie estaba de más, independientemente de su etnia o condición social. Historias de amor como la del filme no son para nada frecuentes en este siglo XXI; y es que, pese al aparente progreso, una relación afectuosa entre un payo y una gitana extrañaría e incluso desagradaría a más de uno.

De igual modo que su colega, Jorge Aparicio ha logrado cruzar la frontera de la interpretación, y puede que no se demore en agarrar también un papel protagonista. Aunque, por el momento, ninguno de los dos tiene proyectos entre manos; los dos talentos emergentes se someterán durante meses a distintos castings, donde intentarán demostrar su valía para zambullirse de nuevo en la gran pantalla.